La propaganda negra y su definición tradicional, casi automática —aquella de la que no puede precisarse su origen verdadero— han perdido todo sustento a partir de las siguientes evidencias, fácilmente localizables en el caso de México, por ejemplo:
La justificación antonómica de la propaganda negra en la prensa —“fuentes que pidieron la gracia del anonimato dijeron que…”— ha sido tan exageradamente utili-zada que, por paradójico que suene, ha perdido su otrora avasallador efecto “ne-gro”. De ser un recurso efectivo por selectivo, se ha hecho oscuro por mundano.
Esconder la mano que lanza la piedra es ahora cualquier cosa, menos negro, porque el elemento sorpresivo de la acción —la oscuridad del emisor— ya es utilizado por todos los actores políticos y mediáticos con total desenfado, con el resultado de que vacunan al auditorio contra tales afanes. En el caso de las elecciones de 2006 en México, si se elaborara un informe sobre artículos, columnas y colaboraciones vertidas en decenas de periódicos durante la guerra electoral, seguramente no podría culminarse exitosamente tal empresa, pues la cantidad de “fuentes no identificadas” supera cualquier fantasía; como ejemplo incuestionable de lo anteriormente indica-do baste la presencia de columnas con títulos vagos (“trascendió que…”, “se dice…”, “en los pasillos…”) que aplican a fondo la invención de una fuente “confiable” pero “confidencial” para darle vuelo a la oscuridad en forma de periodismo.
La propaganda negra dejó de ser clandestina en el sentido de la conflictividad política del término. De hecho, es de uso común que el trabajo de una organización política sea dividido en otras —satélites, membretes, fachadas— que se encargarán de asumir el costo político de la divulgación de tal o cual idea. Tal manejo se observó en los tres partidos políticos de mayor peso en México, durante las elecciones fe-derales de 2006; sólo por citar un ejemplo de cada cual: se pudo observar que una lluvia de declaraciones del señor Felipe Calderón Hinojosa fue transmitida desde los editoriales del periódico Reforma; que el señor Andrés Manuel López Obrador tuvo su caja de resonancia desde el periódico La Jornada, y que el señor Roberto Madrazo Pintado tuvo un eco mediático desde las páginas del periódico La Crónica de Hoy. Nunca ha sido raro que un medio se identifique con un candidato o partido político: lo inquietante fue que la gente común no entendiera tales conexiones.
La propaganda negra era combinada generalmente con la agitación; es decir, con la catalización calle por calle para producir una reacción en cadena por parte de los grupos más manipulables. Tal combinación se sigue utilizando, aunque tiende más a lo oscuro, situación que se atenderá en el renglón correspondiente. En los casos en que se utiliza la propaganda negra con la agitación, se puede observar que en la experiencia mexicana (de manera cumplidísima en 2006) dicha mezcla funciona si y sólo si se aplica en los sectores más fanatizados y/o menos informados, educados y preparados de la sociedad.
Se recuerda un caso capitalino: una fotografía publicada en distintos periódicos de circulación nacional en la que se contempla a una empleada perredista cargando en un “diablito” dos enormes cajas de cartón donde se almacenaba la evidencia de corruptelas del panismo y que le fueron entregadas a “los azules” en su domicilio oficial de la ciudad de México; funcionó esencialmente en dos grupos: en aquella porción de “exorbitados” perredistas que no pensaron jamás en averiguar qué con-tenían dichas cajas (se supo que iban semivacías) y en los fanatizados panistas que respondieron velozmente a la visita de “los amarillos” con toda clase de gritos y amenazas. Por supuesto, aquellos que radican en ambos bandos y que gozan de algún sentido común no fueron “convencidos” por argumentos tan banales. Un desliz delataba lo obvio: la delgadísima complexión de la joven “cargadora” hacía suponer imposible que llevara con tanta ligereza aquellas cajas enormes.
La propaganda negra ha perdido todo extremismo en función del abuso del término; las organizaciones políticas y sociales se han dedicado en los últimos años a utilizar indiscriminadamente el término “propaganda negra” para dar a entender que han sido víctimas de cualquier ataque artero, cobarde, tal vez con propósitos de aniquilación. Si se observa detenidamente, en casos contados se trata de atentados propagandísticos con fines de exterminio: la mayor parte, la porción abrumadora de acciones propagandísticas (teniendo como caso paradigmático el de las elecciones federales de 2006), apenas se inscribe en eso que los mercadólogos llaman politing.
La perversidad en los partidos involucrados en los comicios electorales de 2006 no se dio a partir de una guerra propagandística bien hecha (de hecho, fue lamen-table la calidad de la misma), sino de la tomadura de pelo que propinaron a una considerable cantidad de ciudadanos que se tragaron enteramente aquel dicho de la “guerra sucia”. En las elecciones de 2006, la verdadera víctima fue la sociedad, no los candidatos ni sus partidos. En 2007, personas como los tres ex candidatos a la
Presidencia de México (iniciando por el señor Calderón, continuando con el señor Madrazo y terminando con el señor López) siguieron alimentando el fuego del en-cono social —vía sus personalísimas Gestaltno resueltas— demostrando, a manos llenas, ligereza extrema por aquello de tentar al famoso México Bronco.
Jorge David Cortés Moreno
Académico, consultor experto en comunicación política.